17 de junio de 2010

AGUA DEL MAR

Nona Nicoletta había emigrado de su país a los nueve años. Hasta sus últimos minutos de vida repitió palabras que siempre quise descifrar, como esos versitos que tenía siempre a mano para cuando a alguno de los bisnietos les entraba una basurita en el ojo, o por si se caían y se raspaban una rodilla. Aunque ahora conozco su lengua madre casi como si fuera la mía, creo que nunca lograré traducir con exactitud las santas palabras que pronunciaba. Sólo sé que lo entendía, a mi manera y eso me basta hasta hoy en día. Con esos versos que hasta yo misma sabía repetir, en dialecto siciliano argentinizado, ella me deseaba que la basurita que había entrado en mi ojo se fuera lo antes posible volando. Y al final de todo ese discurso divertido y misterioso, cuando Nona sacaba su mano de mi ojo, el malestar desaparecía casi mágicamente.

Nona Nicoletta deseaba siempre que el cielo le lloviera el agua de su mar. Tenía la teoría de que las nubes podían viajar muy lejos antes de lloverse, y que en todo ese trayecto iban recolectando agua de todos los ríos, los lagos y los mares del mundo. Cada vez que había tormenta se levantaba de su silla y caminaba despacito hacia la puerta del patio para sacar su mano, mirar al cielo y llevarse la mano a la boca para saber desde dónde venía esa agua según su sabor. Se quejaba porque casi siempre el agua venía del Paraná, ese río marrón donde ella no podía entender cómo hacíamos para bañarnos.

Nona me contaba historias de su familia, me contaba del Nono, su marido, que había muerto mucho antes de que yo naciera. Yo la escuchaba siempre con atención, aunque esa historia ya la había sentido un montón de veces. La misma historia concluía siempre con la misma pregunta, de si quería ver su vestido de luto que estaba colgado en su ropero. Yo moría de ganas de ver ese vestido, había imaginado a la Nona mil veces usándolo en el funeral del Nono, hermosa debajo el velo negro, y con la cara llena de una tristeza inmaculada. Para mí, la muerte todavía era un acontecimiento natural de la vida, como el nacimiento, no había sufrido hasta ese momento la pérdida de ningún ser querido y por eso me parecía fantástica la idea de ir hasta el ropero a ver ese vestido, seguramente hermoso como uno de novia. Pero bastaba que Nona Nicoletta hiciera un mínimo gesto para levantarse de su silla para que la abuela Lila viniera desde donde fuera para impedirle tal empresa. La abuela Lila me decía siempre que tal vestido no existía, que no le hiciera caso a su madre porque la edad le hacía decir cosas sin sentido, tal vez para que yo no me asustara de la idea de la muerte. Y la verdad es que un poco me asustaba ir a esa habitación a oscuras y abrir un viejo ropero lleno de historias del pasado, pero también me llenaba de curiosidad. Y algo en los ojos de Nona Nicoletta me decía que el vestido estaba ahí, que no eran habladurías de una pobre viejita.

Por años, enhebré los hilos dentro de las agujas cuyos ojales Nona Nicoletta no podía ver. Durante años ella cosió los botones que caían de mi guardapolvos cuando yo jugaba a ladrón y poli en los recreos de la escuela.

Por años Nona me regaló sumas de dinero como para comprarme, según ella, pantalones, zapatillas, remeras, y caramelos con lo que sobrara. Durante esos años, mamá y la abuela Lila me explicaban cada vez que con un “marrón” (el billete era de ese color), no me alcanzaba para comprar todo eso, pero sí bastaba para los caramelos y eso para mí era suficiente.

Por años Nona se comió todo lo que yo dejaba en el plato, porque decía que durante la guerra ni ella ni sus hermanos habían tenido qué comer por mucho tiempo, así que estaba prohibido tirar comida. Por años reí cada vez que al comer se desprendía la dentadura postiza de su boca y luego volvía a su lugar.

Por años escuché historias en una mezcla de lenguas que difícilmente entendía, casi todo lo que escuchaba era interpretado con la imaginación y el sentimiento. Lo que sí entendía es que era lindo que te contaran historias.

Un día Nona Nicoletta había estado cocinando junto a la abuela Lila. Al rato empezó a llover, y como era su costumbre, salió a ver si por fin el cielo caprichoso le traía el agua del mar de su querida Sicilia.

En el momento en que sonó el trueno más fuerte que jamás haya sentido y se encendió la luz de un relámpago espantoso, tomé coraje y corrí hasta la habitación de Nona Nicoletta mientras ella andaba a ver qué tal el agua. Cerré los ojos y abrí las puertas del ropero.

Fue una tarde hermosa la tarde que constaté que Nona nunca mintió, porque el vestido estaba ahí, más hermoso de lo que lo había imaginado, estaba lleno de un misterio que lo hacía resplandecer a pesar de que era negro. Y esa tarde el agua en las manos de Nona sabía de sal, como el mar de su amada Sicilia.


Publicado en el libro "Rap Metropolitano" Editorial Pendragon, Italia, año 2003.

4 comentarios:

  1. Hola Bibiana, soy Paloma. Encuentro entre tu agua de mar, otra razón, la octava, para seguirte. Reconozco a la abuela Lila, y a las mitades de tu corazón entre el italiano y el argentino, y esas basuritas en el ojo...Me alegro de poder leerte de nuevo. Un beso

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  2. Hola Paloma, gracias por curiosear en mi rincón... has descubierto mi personaje recurrente. Tengo que decir que mi abuela está en muchas de las cosas que he escrito, siempre con su sobrenombre original.

    Abrazos...

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  3. Las historias de la abuela, un baul sin fondo... yo me puse Lucía por mi abuela, por esa abuela que no sabía leer ní escribir, pero me contaba infinidad de historias una y otra noche... cómo la echo de menos. Me gustó tu historia, llena de recuerdos tambien. Un besito.

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  4. Es así Rosi, las abuelas tienen ese "no sé qué" especial que quedan marcadas en el corazón para siempre... Gracias por leerme... Besitos...

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