17 de febrero de 2011

TODO PUEDE CAMBIAR (o al menos mejorar)

Hoy tuve un mal día. Por empezar es mi cumpleaños. Fecha triste si las hay, más triste que Navidad y Año nuevo juntos. Piensen que donde yo nací, en febrero hace calor, en cambio aquí estamos en pleno invierno. Creo que mi cumpleaños fue una de esas raíces que se quedaron en mi tierra y que nunca pude traer de este lado del globo.

Arranqué temprano a la mañana, los niños aún dormían: a trabajar limpiando pisos para otros, con la esperanza de que sea momentáneo. Vuelvo a casa para encontrarme con qué. Con que mi marido ni siquiera me había dado una mano para hacer las camas, hoy que es mí día! Me toca seguir haciendo lo que hice toda la mañana. Mi cara se alarga aún más. Y él se queda ahí sentado sin decir nada, trabajando en su computadora, pero bien que si no se leía cuatro diarios esta mañana el tiempo para darme una mano le hubiera sobrado.

Ni bien termino de quejarme del hecho me llaman para un nuevo trabajo: tengo que presentarme al instante en la sede del centro comercial. No pueden esperarme ni media hora, me tengo que cambiar, pintar, restaurar de manera milagrosa y tirar afuera la mejor de mis sonrisas en solo 5 minutos! Salgo a toda velocidad para sentirme decir de parte de un encorbatado que usa más palabras en inglés de las que puede entender, que trabajaré nada menos que 1 hora cada quince días poniendo en su lugar la mercadería de la empresa. Yo que antes de renunciar a un contrato part-time pero indeterminado me quejaba porque trabajaba poco, parece que Dios me hubiera castigado…

Llego a casa y estallo en lágrimas. No es justo. Para esta sociedad de una que sabe tres lenguas, una con estudios universitarios inconclusos, dactilógrafa, escritora, mediadora crediticia, pero con dos hijos, vale igual a una persona que no terminó la primaria. No hay contratos con descuentos fiscales si se asume una madre de familia, una con ganas de trabajar. A 34 años soy demasiado vieja para ser “aprendiz”, no tengo desocupación ni nada por el estilo, trabajé demasiado y fui demasiado honesta para conseguir un trabajo nuevo. Todos me miran como un bicho raro cuando digo que mi salud se estaba comprometiendo en mi antiguo trabajo y que opté por renunciar. No se renuncia a un contrato indeterminado, mucho menos en tiempos de crisis! Se vuelve loco al patrón, se finge enfermedad o se busca antes algo nuevo! Como mujer y como madre soy una amenaza viviente. Tener hijos es un pecado capital para el mercado del trabajo.

Lloro, sigo llorando y no paro de llorar. No hay término medio. O eres una mujer en carrera, estéril y con título universitario o eres un parásito de la sociedad, en pocas palabras, madre. O tienes enganches fuertes o acptas acostarte con tu jefe, aunque no sepas ni mandar un mail. O tienes a papá y sus empresas que te asumirán o eres nada. Así funciona en Italia chicos, esta sociedad es un reflejo de lo que tenemos más arriba, y miren bien, tenemos un jefe de gobierno que te da trabajo y te paga bien, si eres una prostituta bien linda.

Estoy enojada con todo y con todos, no puedo contenerme. Me cansé de esperar, me cansé de estar siempre disponible, de correr cuando me llaman y decir “Cierto que sí, no hay ningún problema”, para que en cambio me digan que voy a trabajar una hora cada quince días! Les digo malas palabras de todos colores. Mi marido me abraza, pero no paro, no puedo parar. Tal vez sea una excusa perfecta esta, para llorar el día de mi cumpleaños. Extraño mi gente, mi tierra, mi calor de perros, sobre todo hoy.

Para completar el cuadro, el dentista me hace esperar 45 minutos. Me paraliza la boca por otros 45 minutos y salgo de la sala con el monstruoso trabajo completado: ortodoncia en los dientes arriba y ahora, también abajo. Me duele la cabeza, me duelen los dientes, soy un trapo de piso. Si antes podía imprimir una sonrisa espléndida a favor de mi Curriculum Vitae, no lo puedo hacer más.

Vuelvo a casa y la cosa que calma todas mis penas está allí. Los abrazos de mis hijos que han vuelto de la escuela. Me tiro en el sillón algo cansada pero más bien desmoralizada y mi hijo de 5 años me reprocha de que hoy no he hecho nada y que encima estoy allí descansando. Es que no está acostumbrado a verme quieta, estoy siempre haciendo algo.

Más tarde suena el timbre y entre ramos de flores, regalos, platos de comidas y torta, están todas las personas que me quieren y que mi marido ha invitado a una fiesta sorpresa. Mi fiesta. La mejor desde que estoy en aquí. Siento que me ama más que nunca, no podía ser de otro modo. Afuera hay un sol resplandeciente y parece un día de primavera aunque es invierno profundo. Termino la tarde con las llamadas desde lejos de parientes que aún se acuerdan de mi cumpleaños. Si un día negro como el mío se puede volver un día de fiesta como este, entonces sí que lo creo, que todo puede cambiar, o al menos mejorar.  Mañana conseguiré un trabajo que tenga cuenta de mis virtudes y mis hijos irán a la universidad.

Por hoy perdónenme por el llanto, a veces se llora para desahogarse, a veces para corroborar que los brazos de quién nos ama aún están ahí, a veces para dejar de lado un escudo, una coraza y gustarse por un momento el placer de ser un ser humano frágil y vulnerable.


B.A.

1 comentario:

  1. Hola, Bibiana:

    Lo primero de todo... ¡¡muchísimas felicidades!!

    He estado con una fuerte gripe y no me he paseado demasiado por la bloggosfera...

    Por lo que he leído, tu día pasó del gris lluvioso al sol de arcoíris...

    Lo verdaderamente importante es justo lo que tenemos más cerca, Bibiana, y muchas veces no nos damos ni cuenta. John Lennon decía una frase que a mí me gusta un montón: "La vida es aquello que pasa mientras tú haces planes..."

    Yo tampoco estoy en mi mejor momento en el trabajo, esta crisis nos está apretando bastante; y a veces tengo momentos de desesperación profunda, sin emnbargo, miro a mi alrededor y me doy cuenta que lo que más amo aún está a mi lado...

    Te envío todo mi ánimo y un beso muy fuerte en una ola gigante :)

    ResponderEliminar