El Señor Bormioli sabía muy bien que el agua era un bien precioso. Lejanos eran ya los tiempos en que había sido niño y se había divertido junto a los empleados de servicio lavando el auto en la parte posterior de la mansión paterna. La manguera perdía agua, dejando un río de líquido potable, y la canilla quedaba abierta largo tiempo sin que nadie utilizara el agua que se iba por las alcantarillas. Por aquellos tiempos no se era consciente del pecado cometido contra la humanidad que se estaba realizando con un gesto similar. Pero con el tiempo aquello había cambiado. Los científicos advertían que el agua era un bien precioso, la tecnología doméstica comenzó a cambiar a favor el ahorro del agua. Aparecieron lavaderos automáticos que dispensaban la cantidad justa y necesaria de agua, y sólo para enjuagar el auto. Lavar el auto desperdiciando agua fue prohibido. Más adelante aparecieron lavaderos a seco. Prácticamente sin agua.
Bella fue la era del desperdicio del agua, así la llamaron los estudiosos de medio ambiente. Y si por aquellos años, el vivir con pocos litros de agua al día era una condena de pobre gente en África, ese continente lejano, casi de otro mundo, donde los pueblos poseían agua pero no tenían los medios ni el dinero para distribuirla, pues, hoy en día hasta uno como el Señor Bormioli, había tenido que adaptarse a los tiempos que cambiaban velozmente.
De la era del desperdicio del agua, le había quedado un bello recuerdo, una dulce nostalgia y ningún remordimiento. Los diarios comenzaban a anunciar que se estaba utilizando más agua de la que la tierra poseía, pero muchos como el Señor Bormioli no creían que la sequía forzada llegaría tan rápido. Muchos como él pensaban, que eso sucedería a las dos o tres generaciones futuras, y no dejando descendencia alguna, el Señor Bormioli no se preocupó demasiado por cerrar canillas.
Es más, su señora esposa, había deseado tres fuentes en el jardín de la mansión, apenas se mudaron, y cada una con una estatua esculpida que representaba a sus tres animales domésticos. Y no se preocupaban demasiado si la piscina estaba siempre llena aunque nadie la usara, visto que hubiera sido ridículo tenerla vacía.
Mientras tanto la empresa de los Bormioli excavaba en busca de diamantes y metales preciosos en remotos lugares del mundo, donde estaba permitido aplastar años de derechos humanos y tratados internacionales para el ambiente con unos cuantos dólares, conminando ríos de los que otros beberían, ellos no. Hasta que un día Madre Natura, cerró la canilla. El agua, de repente, terminó.
Podrá parecer absurdo pero así fue. Las precipitaciones ya no traían la cantidad de metros cúbicos de agua suficiente para acaudalar los ríos, porque eran más bien huracanes tropicales, que se habían extendido por toda la tierra, gracias a la falta de forestación. Los ríos, fueron secándose, y la contaminación pasó de los cauces de agua a la tierra, así fue que comenzaron a desaparecer las últimas forestas. Los árboles que habían sobrevivido a la sierra eléctrica, protegidos por una ley de salvaguardia de sancionada en los últimos años, morían por el envenenamiento del suelo, arrastrando las pocas especies animales sobrevivientes a la extinción.
Los hielos se derritieron por el calentamiento terrestre, y aquella agua fue recuperada antes de contaminarse o perderse en el mar, y fue almacenada en grandes reservas, que comenzaron a ser distribuidas a la población. Los Bormioli, millonarios y potentes por generaciones, utilizaron todas las cuentas bancarias que fueron necesarias para comprar los últimos litros de agua disponibles en el mercado negro.
Mientras tanto la población mundial se había reducido a la mitad. Justo cuando fueron inventados los canales subterráneos de salvaguarda del agua. Es decir, el único lugar conocido por el hombre donde aún quedaba agua, eran las napas subterráneas, que, a riesgo de llegar a ser contaminadas irreversiblemente por el estado del terreno, debía ser encanalada y extraída.
Cuando fueron prohibidas también las piscinas y las fuentes, los Bormioli, decidieron rellenar ese inmenso espacio con plantas. Pero al final fue imposible mantenerlas, visto que cada litro de agua que adquirían clandestinamente costaba más que el oro.
En ese preciso minuto en el que el Señor Bormioli se lavaba la cara con la canilla abierta, tres mil personas estaban muriendo por falta de agua. Era en el 2010, los tiempos en que morían solamente cinco mil niños al día por causa de la falta de agua o enfermedades trasmitidas a través del agua, o contaminación del agua, allá por inicios del siglo. Eran bellos aquellos tiempos, porque esa gente que moría era tan lejana que no entristecía el paisaje que los circundaba, y el nivel del mar no se había alzado tanto como ahora, arrastrando ciudades enteras, basura, cadáveres, mal olor.
La crisis del agua había alcanzado niveles decididamente extremos, y los últimos multimillonarios del mundo habían en poco tiempo unido fuerzas para comprar el proyecto más ambicioso que el hombre jamás hubiera podido pensar. El agua bastaría apenas para un año más divida entre las 40 familias más poderosas de la tierra. Los pocos que habían podido acaudalar el dinero que en los últimos años giraba por el mundo, habían podido subscribir una firma para la compra del pasaje que los llevaría lejos de ese planeta que estaba a punto de desaparecer. El agua, elemento fundamental para la vida humana había sido descubierta en Marte.
Faltaba solo una semana para el adiós a la Tierra. La señora Bormioli colocó en preciados baúles de piel de cocodrilo los bienes más preciados que poseía. Joyas, sobre todo, visto que los otros objetos de valor, como cuadros de autor, jarrones, y cuanta obra de arte de valor incalculable, no podía ser embarcada.
Los demás objetos de valor fueron guardados en la bóveda de un búnker de última generación que el señor Bormioli había hecho construir en la mansión años atrás, en caso que alguna misión lograra retornar a la Tierra para buscar los bienes que habían tenido que dejar. Más o menos así habían hecho las restantes familias que se preparaban a partir para siempre de aquel lugar contaminado, devastado, quebrado, inundado. El aire había comenzado a llenarse de partículas altamente venenosas, y algunos habían comenzado a enfermarse de innumerables alergias que el poco tiempo no permitía estudiar y curar. Aquel lugar se había vuelto privo de condiciones para la vida humana.
Aquella mañana de un día no tan lejano, los últimos ricos del mundo, reunidos en uno de los montes más altos del mundo, se preparaban a subir a la nave que los albergaría hasta que llegaran al nuevo hogar, donde los esperaba una vida nueva. Comenzaban a subir uno a uno, algunos sin mirar atrás, comenzaban a sentarse en sus cómodos asientos sin siquiera abrir las ventanillas para observar ese cielo cubierto por una nube negra de polución que los acompañaba ya desde hacía tiempo.
La seriedad reinaba entre aquellas personas, quién sabe tal vez por la falta de luz solar que venían padeciendo. Algunos de ellos soñaban el momento en que habrían superado la atmosfera terrestre, y habrían visto finalmente después de tanto tiempo la luz del sol.
El embarque se realizaría a lo largo de toda la jornada. En tanto las primeras familias en llegar tomarían posición en sus mini apartamentos situados al interior de aquella lujosa nave que era grande como una ciudad y poseía todos los servicios imaginables para un largo viaje. Desde un pequeño sistema sanitario hasta salas de juegos que recordaban la antigua “Las Vegas”.
Las últimas familias habían hecho la registración de embarque y aún las compuertas no estaban cerradas. Los pocos que, con nostalgia daban un vistazo por última vez a aquel lugar inundado por aguas pantanosas, contenientes todo tipo de cadáveres animales, vegetales y humanos, azotada por fuertes vientos, terremotos y tormentas, compartieron una copa de champagne ofrecida por el señor Bormioli, a quién siempre había agradado dar muestra de su poderío con gestos señoriles. Asomados al gran ventanal principal, vieron con gran sorpresa levantarse aquella gigantesca ola negra, que los últimos científicos sobre esa nave habrían catalogado como el Tsunami más grande de la historia de la Tierra, y el último de la historia de la humanidad, si hubiesen tenido del tiempo de tomar apuntes antes de morir no ahogados, sino azotados por la furia de una ola gigante.
BI CHO